Abril de 2007
NELSON VILLALOBOS. DESDE SU PROPIO INCENDIO.
A Lázaro, porque nos faltas.Para Nelson, que no me faltes
Estos son años caóticos, devaluados, atrofiados en lo sublime y en lo puntual, verdaderos adjetivo para calificar la referencia a lo bello। "Hiper" es el único prefijo que se acerca a lo inconmensurable de nuestra vida, y esto cada vez deja más lo inalterable, lo divino, lo excepcional। Nos alejamos de los encuentros fortuitos, esos que son mágicos en su luminosidad, su ingenio, su maravilla। Encontrar es sinónimo de una búsqueda tortuosa, estéril, que subvierte de por sí la etimología del verbo, porque nos priva tajantemente del asombro y la iluminación।Por eso el confluir de los proscritos de la vidriera, los que se niegan a la representación burda de escaparate virtual y efímero, es siempre la posibilidad única del estallido sincopado y dulcemente agónico del paladeo de la belleza, en lo que esta comparte con dos estados míticos: el nirvana y el orgasmo: efímera pero indeleble; instantánea pero eterna; incomprensible pero iluminadora। Así es esta muestra del pintor Nelson Villalobos, que jalonado por el encuentro con el poeta Carlos Oroza, describe el instante de confluencia entre su especial mundo contemporáneo y el caudal infinito que el poeta, afincado en Vigo, atesora en la oralidad paradójica de sus sensaciones. " Me imagino un incendio en la India/ un fuego propagado en Europa" dice un día Oroza, enaltecido como siempre por su visionaria mirada. Nelson transcribe en sus nuevos dibujos, algo que le es afín, que lo emparenta con estos versos. Un rutilante Oriente, que expresa, no sólo una habilidad antológica para la línea, para el dibujo, para la especialidad alterada, para el vacío que es el todo más enriquecedor; sino en esa cosmovisión que supo consolidar desde que se encontró con el mundo: esa donde el espíritu es el portavoz de la profecía, donde nada se excluye y nada se divide, donde todo se conjuga para expresar lo que los románticos llamaron "weltanschauung" y que no es más que la visión mítica del mundo, anterior a la historia, donde no existen barreras para conocer y para convivir. Oriente está presente en esta serie de dibujos, en la sutileza de la línea y en el relleno espiralado de los volúmenes, en la exquisitez del erotismo insinuado, que se aleja de la vulgaridad y nos transporta al mundo de las esencias, de la tactilidad de la seda y de la ritualidad de la tradición. Un mundo transido de ligereza, de blandura delineada: "Rigidez y dureza levan a la muerte, /debilidad y blandura, a la vida llevan" . Pero ese fuego del que habla Oroza, esa combustión europea que se propaga, está presente también en esta serie de dibujos. Primero y más superficialmente, en el colosalismo de su realización: proporciones inmensas, grandes figuras que nos llaman, espacios cotidianos e interiores, listos para ser habitados ; después en esa inclinación a la sensualidad gestual de Matisse, más emparentado con la representación plástica, que con la provocación conceptual.
Concurre también un exorcismo dadaísta, una tendencia explícita a la teatralidad como ruptura del pensamiento lógico que se entronca con lo onírico expresivo de lo surreal, todo eso sí, explicitado a la manera de un muralista, no ideológico, no patriótico, sino subversivo, tatuador de ciudades, embellecedor de muros decadentes, grafitero y calígrafo de palabras inteligibles, donde homenajea al amigo que no está, el aedo que sacralizaba el ron y la melodía, recitando poemas desde la dulzura y desemboca, batido, mezclado con la exquisitez de un alquimista, en un mundo personal, minucioso, donde cabe todo aquello que lo define y lo vivifica. Y cada vez que crea un fragmento del mundo, expresa un amor inconmensurable hacia sus principios, hacia su estética, pues esta es y será para siempre, su ética. Ética/estética tribal, simbolista, cosmopolita, poética, donde uno se sumerge en la crisis misma del hombre que fue, del hombre que es, del único hombre y su misma crisis, para salir transido de esperanza, del reencuentro en el laberinto, sin más equipaje que ser uno mismo. ¿ Que diferencia lo que vemos hoy en estos dibujos de lo que nos llega del mundo exterior? Su audacia para proponer alternativas, su increíble maestría para devolvernos entero un mundo roto, su apego a la humanidad primordial, donde la idea de la inocencia, trasmitida en la mixtura cultural de símbolos propiedad de todos, sin líneas culturales demarcatorias, era la idea del cosmos, de nuestro universo interior. La diferencia radica en la falta pose, en la humildad del iluminado, del sabio que conjuga y aprende; del chamán que nos conduce y nos incita al viaje iniciático. Un viaje interior a un solo hombre, que forma parte de la idea colectiva de la humanidad. Y como chamán nos trae de vuelta, temblorosos, asustados, perplejos. Pero libres, descargados. Nelson es un brujo, un sacerdote de la belleza y la idea, un braman portentoso que levita y sueña nuestras pesadillas, para devolvernos, después de ver su obra, un sueño plácido y reparador Nada de lo que vemos aquí es un credo, sólo es la realidad poética que se necesita para transitar por la virtualidad de nuestras calles confusas, sólo expuesta, nunca imperativa. Esta muestra de dibujos es una posibilidad de comprender el mundo, de detenernos y de mirarnos sin que haya espejos, porque no somos un reflejo, somos sencillamente la consustancialidad azarosa de una idea, somos lo que creemos, lo que miramos, lo que nos atraviesa, lo que enfrentamos. " De puntillas no te puedes mantener en pie" dice Lao Zi, y Nelson Villalobos nunca se ha asomado al mundo desde la parada cobarde. Siempre vuela sobre lo que siente, lo analiza desde la emoción y lo expresa. En su serie de dibujos hay un misterio ontológico y nunca puedo dejar de sentirlo cada vez que veo sus trazos, que con el privilegio del amigo, puedo saborear en soledad y primicia. Más que cualidades técnicas, que de por sí son muy evidentes en estas piezas, siempre me atrapa una sensación de que su obra es una visión, un acontecer futuro sólo para iniciados. Una profecía desde el arte, recobrando este, su condición primitiva y mágica de adelantarse a las circunstancias. ¿Poesía, quizá?
Concurre también un exorcismo dadaísta, una tendencia explícita a la teatralidad como ruptura del pensamiento lógico que se entronca con lo onírico expresivo de lo surreal, todo eso sí, explicitado a la manera de un muralista, no ideológico, no patriótico, sino subversivo, tatuador de ciudades, embellecedor de muros decadentes, grafitero y calígrafo de palabras inteligibles, donde homenajea al amigo que no está, el aedo que sacralizaba el ron y la melodía, recitando poemas desde la dulzura y desemboca, batido, mezclado con la exquisitez de un alquimista, en un mundo personal, minucioso, donde cabe todo aquello que lo define y lo vivifica. Y cada vez que crea un fragmento del mundo, expresa un amor inconmensurable hacia sus principios, hacia su estética, pues esta es y será para siempre, su ética. Ética/estética tribal, simbolista, cosmopolita, poética, donde uno se sumerge en la crisis misma del hombre que fue, del hombre que es, del único hombre y su misma crisis, para salir transido de esperanza, del reencuentro en el laberinto, sin más equipaje que ser uno mismo. ¿ Que diferencia lo que vemos hoy en estos dibujos de lo que nos llega del mundo exterior? Su audacia para proponer alternativas, su increíble maestría para devolvernos entero un mundo roto, su apego a la humanidad primordial, donde la idea de la inocencia, trasmitida en la mixtura cultural de símbolos propiedad de todos, sin líneas culturales demarcatorias, era la idea del cosmos, de nuestro universo interior. La diferencia radica en la falta pose, en la humildad del iluminado, del sabio que conjuga y aprende; del chamán que nos conduce y nos incita al viaje iniciático. Un viaje interior a un solo hombre, que forma parte de la idea colectiva de la humanidad. Y como chamán nos trae de vuelta, temblorosos, asustados, perplejos. Pero libres, descargados. Nelson es un brujo, un sacerdote de la belleza y la idea, un braman portentoso que levita y sueña nuestras pesadillas, para devolvernos, después de ver su obra, un sueño plácido y reparador Nada de lo que vemos aquí es un credo, sólo es la realidad poética que se necesita para transitar por la virtualidad de nuestras calles confusas, sólo expuesta, nunca imperativa. Esta muestra de dibujos es una posibilidad de comprender el mundo, de detenernos y de mirarnos sin que haya espejos, porque no somos un reflejo, somos sencillamente la consustancialidad azarosa de una idea, somos lo que creemos, lo que miramos, lo que nos atraviesa, lo que enfrentamos. " De puntillas no te puedes mantener en pie" dice Lao Zi, y Nelson Villalobos nunca se ha asomado al mundo desde la parada cobarde. Siempre vuela sobre lo que siente, lo analiza desde la emoción y lo expresa. En su serie de dibujos hay un misterio ontológico y nunca puedo dejar de sentirlo cada vez que veo sus trazos, que con el privilegio del amigo, puedo saborear en soledad y primicia. Más que cualidades técnicas, que de por sí son muy evidentes en estas piezas, siempre me atrapa una sensación de que su obra es una visión, un acontecer futuro sólo para iniciados. Una profecía desde el arte, recobrando este, su condición primitiva y mágica de adelantarse a las circunstancias. ¿Poesía, quizá?
Virginia Ramírez
Crítico de arte
Vigo, febrero 2007